jueves, 23 de febrero de 2012

Ximenos castellanos

Empecemos con una pequeña exploración de la rama castellana de la familia Ximena y sus descendientes, los primeros reyes de la casa de Borgoña (en azul). Se puede ver con más calidad en el siguiente enlace
Después de que Fernando I recibiera de su padre, Sancho III el Mayor, Castilla y de que conquistara más tarde León, la preocupación de la familia fue extender sus fronteras hacia el sur, con el objetivo de alcanzar Toledo. El primogénito de Fernando, Sancho I el Fuerte, no lo consiguió, aunque si lo hizo su hermano y heredero, Alfonso VI, quien en función del poder territorial que había adquirido, se autoproclamó emperador de Hispania. Por desgracia para él, su primogénito murió en la batalla de Uclés, lo que hizo que  el trono pasase a la hija mayor, la reina Urraca. Ella es considerada la última Ximena castellana ya que se casó con un noble borgoñés y su hijo, Alfonso VII, es ya tomado por los historiadores como el primer rey borgoñón de Castilla y León.

Ya he comentado que el supuesto cambio dinástico es para mí más ficticio que real, puesto que las condiciones culturales y políticas de Alfonos VII en poco o nada difirieron de las de su madre o de las de su abuelo: tratar de reconquistar al-Andalus sin miras más allá de los Pirineos. Al quedarse viuda la reina Urraca afloró en las mentes de la época el objetivo de reunir sobre una misma cabeza coronada todos los reinos peninsulares, algo que casi había conseguido Sancho el Mayor. La oportunidad era propicia, puesto que el rey de Navarra y Aragón era Alfonso I el Batallador, primo segundo de doña Urraca, pero soltero en el momento de enviudar ésta. Dicho y hecho. Ambos primos contrayeron matrimonio pero fue un auténtico desastre, de forma que doña Urraca abandonó varias veces al rey aragonés y trató de favorecer siempre los derechos dinásticos de su hijo en detrimento de los de su marido. Y lo consiguió, de forma que Alfonso VII llegaría a proclamarse rey de Castilla y León aún en vida de su padastro; es más volvió a utilizar el título de emperador hispano que ya había lucido su abuelo. Durante los últimos años del reinado del séptimo de los Alfonsos, se produjo la separación definitiva de Navarra y Aragón, de forma que el emperador castellano puso sus ojos sobre Navarra, obligando al rey navarro de la época -García Ramírez- a ceder a una de sus hijas en matrimonio con el heredero del trono castellano (Sancho III el Deseado). La elegida fue la infanta Blanca, quien no vivió lo suficiente como para ver cómo su marido fallecía al poco de ser entronizado y cómo su hijo, Alfonso VIII, era secuestrado por los nobles castellanos y leoneses para hacerse con el control del reino mientras el nuevo rey era nada más que un niño. Sería este niño quien compartiría andanzas durante seis décadas con los protagonistas de esta novela: Sancho VI de Navarra y Sancho VII el Fuerte.

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